El espionaje como hobby

“Igual que la venganza, los temas álgidos hay que tratarlos cuando hayan enfriado un poco, así no se cae en el riesgo de enfermarnos del estómago”: Mahatma Romo

El escandalito que le armó el PAN a la candidata del PRI a la gubernatura, Claudia Pavlovich, realmente fue más mediático que otra cosa. ¿Que tuvo sus efectos y repercusiones? Ciertamente que sí, pero igual que los fuegos de artificio en las fiestas patrias, no tardó mucho en apagarse, por más que el señor Gustavo Madero haya tomado en sus manos el seguimiento de esa guerra sucia, y por más que haya enviado a Sonora como instrumento de apoyo especial a su esbirro preferido, el joven panazi Ricardo Anaya, con la intención de exprimirle hasta la última gota de jugo electoral al susodicho mitote con el fin de beneficiar a su candidato en Sonora, Javier Gándara.

Dentro de las secuelas de esto que los estrategas panistas pretendieron fuera un arponeo mortal en la espalda de la candidata priista, surgió un aspecto que debe ser considerado mil veces más delicado y penalizable que el uso -irregular o no- de una avioneta privada. Se trata de que el escándalo armado por los panistas se sustenta en la grabación de ciertas conversaciones privadas sostenidas por Claudia con el constructor Samuel Fraijo. Esas grabaciones, obtenidas y difundidas en forma absolutamente ilegal, representan una prueba fehaciente de que el gobierno de Guillermo Padrés ha venido cometiendo en forma permanente el delito de invasión de la privacidad, que configura como espionaje en contra de los ciudadanos sonorenses, en particular de aquellos que se mueven en el ámbito político, o el de la comunicación, y que no simpatizan con el actual gobierno y sus formas de actuar, dentro y fuera del ejercicio de sus funciones.

Si usted lo permite, le ofreceré una breve remembranza de un asunto que guarda enorme similitud con lo que acabamos de ver en Sonora, en lo que se refiere al espionaje gubernamental. Se trata del famoso “caso Watergate” que desembocó en la renuncia del presidente Richard Nixon. Esta es una síntesis de aquel sonado escándalo que sacudió a Estados Unidos y al mundo:

El escándalo comenzó con el arresto de cinco hombres por el allanamiento de la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata en el complejo de oficinas Watergate, en Washington, D.C. el 17 de junio de 1972. Nixon y su staff conspiraron para ocultar el allanamiento solo seis días después de los hechos. Después de dos años reuniendo pruebas contra el entorno del presidente, que incluía a miembros de su equipo testificando contra él en una investigación del Senado de los Estados Unidos, se reveló que Nixon tenía un sistema de grabación de cintas magnéticas en su bunker, y que había grabado una gran cantidad de conversaciones dentro de la Casa Blanca. Estas cintas mostraron que había obstruido a la justicia e intentado ocultar el robo. Estas conversaciones grabadas serían conocidas como “The Smoking Gun” (la pistola humeante).

Tras una serie de batallas legales, la Corte Suprema de los Estados Unidos decidió de forma unánime que Nixon debía entregar las cintas; y él al fin cedió. Con la certeza de una acusación de parte de la Cámara de Representantes y de una condena en el Senado, Nixon dimitió diez días más tarde. Se convirtió así en el único presidente estadounidense que ha renunciado al cargo. Su sucesor, Gerald Ford, le concedería a Nixon un controvertido indulto por cualquier delito federal que hubiera cometido durante su mandato.

Dos periodistas del Washington Post, llamados Carl Bernstein y Bob Woodward, investigaron para desenredar una compleja maraña cuyos hilos apuntaban a la Casa Blanca a través del Comité para la Reelección del Presidente (CRP) de Richard Nixon. Los periodistas recibieron la ayuda anónima de un informador que se hizo llamar Deep Throat (Garganta Profunda) cuya identidad no fue revelada hasta treinta y tres años después del escándalo. Ante esta situación, Nixon presentó su dimisión mediante un mensaje televisado en la tarde del 8 de agosto de 1974 antes de terminar el proceso, abandonando esa misma noche sus funciones como Presidente de los Estados Unidos y saliendo de la Casa Blanca con su familia en la mañana del día siguiente.

Hasta aquí la reminiscencia del caso Watergate, que presenta un asombros paralelismo con lo que ha venido haciendo el gobierno de Guillermo Padrés, prácticamente desde que asumió el poder en aquel lejano mes de octubre de 2009. Nixon tenía un sistema de grabación secreto y Guillermo Padrés tiene otro, mucho más sofisticado gracias a los avances de la tecnología de espionaje moderna, cuando menos en el tenebroso antro conocido como el C4, y es posible que haya otro más en algún lugar oculto. La diferencia es que en el caso de Guillermo Padrés, se vigila no nada más a los personajes importantes del partido que más odia, o sea el PRI, sino también a los periodistas y comunicadores que no ha podido comprar, así como también a todo aquel ciudadano que considera peligroso por su prestigio y nivel de influencia. Y lo que es peor, utiliza desvergonzadamente esas grabaciones y documentos para armar ataques y acusaciones públicas contra sus enemigos, con el agravante de que, además, lo hace empleando recursos que son públicos. Una atrocidad por donde quiera que se le vea.

El espionaje electrónico es un arma que utilizan todos los gobiernos del mundo, pero en general se emplea para resguardar la seguridad nacional de esos países, no para violar la privacidad de los ciudadanos y de los comunicadores. Nuestro vecino allende la frontera norte lo hace, todos lo sabemos, pero que se sepa no lo practican en ningún estado de la Unión Americana. Aquí en Sonora es práctica común desde principio de los años 90 del siglo pasado, pero jamás se había realizado en forma tan descarada, amplia y perversa, como lo ha hecho impunemente el PANgobierno de Guillermo Padrés. Nadie está a salvo del ojo vigilante e invasor de la privacidad controlado por el gobierno estatal, y nadie puede utilizar con seguridad y libertad la Internet, el correo electrónico, el whatsap, el celular, el teléfono normal, los equipos de radio transmisión, y hasta las palomas mensajeras, porque todo está intervenido. Es, ni más ni menos, la versión moderna de aquella Geheime Statspolizei (Gestapo) que provocaba terror en la Europa ocupada por los nazis durante la II Guerra Mundial.

El espionaje se usa, bien lo sabemos, y en ciertos casos se abusa de él, inclusive y con mayor frecuencia en países donde no se respetan el Estado de Derecho ni los derechos constitucionales individuales. El espionaje indiscriminado, el que se sale de los límites establecidos por la ley, para los usos estrictamente previstos en la ley, es un delito grave, y como tal debe ser penalizado con todo el rigor posible. En países como el nuestro, en el cual la violación de la Constitución y de las leyes que de ella emanan se ha vuelto un lugar común y una práctica cotidiana, la invasión de la privacidad de los ciudadanos es pecata minuta, baba de perico o moco de guajolote. Para eso tenemos la impunidad que funciona únicamente para los políticos poderosos o los políticos cochambrosos que reciben protección total de los partidos en que militan. Es el juego nacional, que se ha vuelto favorito, de violar la ley por el simple hecho de que la justicia jamás los alcanzará… y háganle como quieran.

Gustavo Madero, Ricardo Anaya y su monigote favorito, Guillermo Padrés, al igual que lo hiciera “Tricky Dickie” Nixon, cuentan también con su propio “Smoking Gun”, y nos acaban de proporcionar un ejemplo vivo y descarado de cómo se realiza el espionaje de estado y para qué sirve, dentro y fuera de las contiendas electorales. Nos han mostrado abierta y cínicamente que se han intervenido los aparatos e instrumentos de ciudadanos que significan algún peligro para ellos y sus proyectos. Y anda circulado por ahí una lista de políticos y comunicadores que se recomienda vigilar en forma estricta y permanente. Entre ellos me encuentro yo, que me he hecho merecedor de un honor que me revuelve el estómago, y al que no puedo renunciar, porque no está bajo mi control hacerlo, sino que es designio de los jefes de la banda de malvivientes que ha sentado sus reales entre nosotros.

Si no puedes vencerlos, aprende a vivir con ellos, dirán los que ya se acostumbraron a vivir humillados. Pero en Sonora la mayoría de los sonorenses hemos decidido que así no se puede vivir, que así no vale la pena vivir, y que es preferible un minuto de libertad que toda una vida -o un sexenio- de rodillas, esperando que nos llegue la hora. Y por eso ya se van, y por eso se irán, cargados de odio y desprecio, ricos y con las alforjas retacadas de dinero mal habido, pero con una mancha de desprestigio que no podrán lavar ni en cien vidas que vivieran.

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