Más allá del sol


Gilberto Armenta

El reino de los sátrapas

ELMENSAJERO.MX

No hay momento más difícil en la vida del ser humano, que aquel en el que se enfrenta a la muerte.


Ante la pérdida del ser querido, sin importar de quien se trate, la vida se detiene por instantes, y en otros, corre galopante. Es ahí donde los sentimientos se parten en pedazos, y la tristeza, sin remedio alguno, hace del corazón de quien sufre su reposo permanente.


Cuando se llora la partida de quien se fue para siempre, siguiendo el polvo de las estrellas, ningún consuelo es suficiente, ninguna presencia es deseada, ninguna voz al oído es escuchada.


Solo se quiere sufrir, y solo se quiere llorar. ¿Y porque no hacerlo? Es lo último que queda antes de despertar al día siguiente, sin la presencia de quien ya no estará más.


Claudia Pavlovich Arellano perdió a su padre, don Miguel Pavlovich Sugich. El doctor Miguel Pavlovich.


Pero igual de triste, doña Alicia Arellano perdió a su esposo de décadas.


Y Alicia, su hermana, perdió también a su padre.


Y los esposos a su suegro, y las hijas a su abuelo.


Mayor tristeza y dolor no puede haber. ¿Sufrir o apoyar a los demás para que no sufran más?

Es difícil decidir qué hacer, y por eso, cada quien se aparta, y llora en solitario, para luego regresar como si fuesen fuertes, cuando la verdad, por dentro, todo está vuelto al revés.


El padre de familia que ya se convirtió en aliento de otras nubes, fue médico distinguido en Sonora, cardiólogo que salvó muchas vidas, profesional que alivió muchos males, y consoló en la enfermedad a muchas familias.


Hoy, desde donde se encuentre, está haciendo mucho más por la propia.


Y eso, doña Alicia y su familia lo sabe, aún y cuando no lo acepten del todo.


Claudia, por encima de sus lágrimas, recordará siempre aquel momento, cuando sentado frente a ella, en la butaca más cercana, su padre la acompaño en el momento de mayor éxito y consolidación de su vida.


Él estuvo presente cuando ella, su amada hija, tomaba las riendas del estado.


Pero, lo estuvo durante toda su vida, siempre a su lado, siempre con Alicia, siempre con las dos.


Siempre con las tres.


Hace apenas unos días, Claudia confesaba la enorme incertidumbre que vivía cada día al salir de casa, con su padre enfermo postrado en la cama.


-Me da miedo salir, y que luego me hablen para regresarme de urgencia- dijo ella.


A partir de hoy, el temor será regresar a casa sabiendo que él no estará más, y la única certidumbre ya, es que algún día, la voluntad de Dios, les permitirá de nuevo, a doña Alicia, a Claudia y Alicia, estar juntas de nuevo con su amado Miguel, en algún punto, en algún cielo.


-No quisiera salir de casa, tengo ganas de quedarme con él todo el día, acompañarlo siempre, pero no puedo, debo salir, y me duele no poder evitarlo- dijo también.


Hoy, el extrañar la presencia la hará salir corriendo de casa, y cuando regrese, se recargará antes contra la pared, tomará aliento con todas sus fuerzas, y entrará haciendo como que no siente.


Le dolía salir antes, le dolerá regresar ahora.


Así maneja el duelo quien sufre ante esto.


No hubo servicio fúnebre público.


No hizo falta.


En medio de este duelo, quienes las conocen de manera fraternal, los que en verdad sufren junto con ellas tres la partida del esposo y la del padre, a la distancia, están en su compañía.


Ya sobrara tiempo para regresar a la vida que, en vorágine, no reconoce estos tristes momentos.


Ya habrá tiempo para volver a ser quien siempre se ha sido.


Por lo pronto, abrazo fuerte a ellas tres, a sus familias.


El sueño eterno de quienes amamos siempre duele, y en el dolor, todos somos iguales.


Que Dios tome el control de todas las cosas, especialmente cuando hoy, ante el dolor, no se sabe bien a bien donde esta cada una de esas cosas.


Ya hay quien las espere más allá del sol.


Fraternalmente, siempre

Gilberto Armenta

El Mensajero

 

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