El drama de la efeméride mortal (1/2)


Héctor Rodríguez Espinoza


"Me repugnan los caníbales, pero no por eso voy a ponerme a comer caníbales." Jorge Luis Borges (en un debate sobre la pena de muerte).


Tema eterno de la Teología, de la Filosofía y del Derecho, que levanta tanto debate, es el de la pena capital.

El viernes 17 se cumplieron 59 años de la última pena de muerte en el país, en el paredón de la antigua penitenciaría de Hermosillo.

Leamos la crónica del fusilamiento anunciado:


PELOTÓN

Desde las primeras horas se observa movimiento en el penal, reforzada la guardia. A las 4:25, se presentaron los Agentes de la Policía encargados del fusilamiento e hicieron su entrada al patio donde se encuentra el mismo paredón, frente al cual fueron ejecutados hacía 23 años Roberto Arámbura, también sátiro y asesino y Emiliano Triana, homicida de negra memoria.

Pocos minutos después de las 4:40, entran los representantes de los periódicos locales, el Jefe de la Policía Judicial, General Juan G. Macías, el Subjefe, Ventura Pro, el Capitán Carlos  Brunett, Jefe de Ayudantes del Gobernador; el Agente de Ministerio Público, J. Guillermo Orozco y otras personas.


ÚLTIMAS PALABRAS

          Los dos reos se hallaban en una pequeña celda, en esquina noroeste del patio, que mide 100 mts. de longitud, por 12 de ancho.

Ruiz Corrales vestía zapatos cafés,  pantalón  plomo arrugado, camisa amarilla y a su lado un sombrero blanco; seguía leyendo oraciones en folletos, de los que reparten los círculos católicos. De pie, se acercó a la puerta; se enterneció cuando le dimos un recado del padre Rangel, que rezara el Credo en el último momento.  Anoche estuvo el padrecito conmigo y mi mamá, volvió al rincón, donde se puso de rodillas a rezar.

Zamarripa pantalón plomo, zapatos negros y camisa azul marino, fumando. Se acercó a la puerta y vio a los periodistas. Al acercarse los periodistas, sonrió desde lejos y dijo: Buenos días señores; dirigiéndose a todos con serenidad, preguntó: ¿Cómo han estado?; le preguntamos si  tenía familia y dijo que sí, a su anciana madre en San Luis Potosí, a dos hermanas y una mujer con  la cual había vivido  antes del crimen y que criaba un hijo suyo, en Guaymas.

A las 4:55 Ruiz Corrales llamó a señas a este reportero de El Regional y le pidió: “Dígales por favor al Padre Rangel que no se olvide de rezar por mí en la iglesia. Le preguntamos si se le ofrecía algo más y respondió: No, voy convencido de que estoy pagando  mi deuda. Ojalá así alcance el perdón de Dios. Ya vi a mi Jefecita (su mamá) y le pedí que no viniera nadie de la casa al fusilamiento”.

Zamarripa pidió papel y lápiz y escribió en la libreta las direcciones de su madre, señora Higinia Zamarripa, en San Luis Potosí y de la madre de su hijo, cuyo nombre calla por razones obvias, en Guaymas, pidiéndonos que les escribiéramos dándoles la noticia de su muerte.

“Dígales que ya no hubo oportunidad de seguir viviendo; que recibí todos los auxilios espirituales y que muero con la esperanza de descansar”. Levantó la vista: “Asegúrenle al Padre que llegué rezando el Credo al paredón.  Mi último deseo es un minuto más de vida, para volver a rezarlo. Díganles a todos cómo terminan los que andan mal en la vida, para que sirva de ejemplo”.


EN LA FALDA DEL CERRO

Afuera, una multitud esperaba. Había gente en las calles adyacentes. Los rostros demudados, pero había en todas las miradas la convicción de que se había obrado bien, haciendo pagar su crimen a los chacales y poniendo un precedente que, sin duda, acabará  con esta clase de delitos.

A las 5:00 en punto, llegaron al patio de ejecución el Licenciado Alberto Ríos Bermúdez, Juez 1° Penal, encargado de entregar los reos al Sub-alcalde de la prisión, señor Mauricio Arias González.  Se cumplió la impresionante ceremonia de rigor y firmaron el Oficial Jefe del pelotón de fusilamiento, el señor Arias, el Juez, el General Macías Gutiérrez y el Procurador General de Justicia del Estado.

Escoltados por tres Agentes uniformados, que portaban fusiles mauser, mientras otros siete y el Oficial esperaban, a las 5:02, Ruiz Corrales y después de quitarse el sombrero y Zamarripa, caminaron erguidos  y marcando el paso redoblado de los Agentes, hacia el paredón.

Estuvieron de pie durante dos minutos. Zamarripa rezando en voz alta el Credo y Ruiz Corrales leyéndolo de un folletito. A las 5:04 se le acercó el Capitán Carlos Brunnet, mientras se formaba el cuadro y les preguntó que si  querían que les vendaran los ojos.

Zamarripa dijo que “no” con enérgico movimiento de cabeza. Ruiz Corrales afirmó: “Yo tampoco.”


¡FUEGO!

El Oficial Director de la ejecución dio la primera orden: ¡“Atención, en posición de tiro”! Ruiz Corrales y Zamarripa guardaron los papeles que tenían en las manos y musitando oraciones, con la vista al frente se pusieron en actitud de firmes.

¡Preparen!, mandó el Oficial Policiaco y se escuchó el terriblemente impresionante sonar de los cerrojos de los fusiles, ¡Apunten...! Ruiz Corrales se puso la mano derecha a la espalda. Zamarripa irguió aún más la cabeza y la sacó. 

Sus últimos momentos fueron sumamente impresionantes, por el patético cuadro de los preparativos, en los corredores fríos y solos de la Penitenciaria General y, sobre todo, por la serenidad que los dos sátiros mostraron al acercarse la hora definitiva.

El pecho en una actitud típicamente militar. ¡Fuego! Exactamente a las 5:05 se escuchó la descarga.  Zamarripa cayó hacia atrás y quedó sentado, recargado en el paredón. Ruiz Corrales se precipitó a la izquierda, agonizante. Momentos después, Zamarripa cayó sobre Corrales.

Se acercaron los Médicos Legistas y dijeron que ambos necesitaban el tiro de gracia. Ninguno de los dos estaban  muertos todavía. A las 5:07, el Teniente Jefe del pelotón desenfundó su .45 reglamentaria y disparó sobre Zamarripa. Un segundo lo hizo después con Ruiz Corrales.  Los dos quedaron exánimes. Zamarripa presentaba varias heridas en el centro del pecho. Ruiz Corrales a la izquierda.


CONSUMADO

A las 5:09, los médicos certificaron la muerte y a las 5:10 se ordenó que los cadáveres fueran trasladados al Hospital General. Cuatro reos  con camillas sacaron los cuerpos. Se informó que el de Ruiz Corrales sería entregado a sus familiares.  El de Zamarripa sería inhumado por el Estado.

Al abandonar el patio de la muerte, por las rejas de las celdas se veían los ojos asustados de los otros presos.  En las celdas sitiadas sobre el paredón, los otros sátiros. El silencio impresionante y sólo se rompía, como lo habían hecho minutos antes los ruidos de los disparos, por los pasos de los Agentes de la Policía que se retiraban.

Los gritos de “centinela alerta”, volvieron a escucharse cuando el sol aparecía en oriente. Se había hecho justicia.


NOTA DE PRENSA

De acuerdo con la información de los periódicos de ese tiempo, los cadáveres no fueron solicitados por los familiares.

Media hora después la noticia llegó a las cafeterías del Mercado y todos los hogares hermosillenses, al salir a la luz pública los matutinos del 18. Como no eran frecuente los fusilamientos de reos del orden civil en nuestra ciudad, la noticia muy comentada en todos los círculos sociales, alabándose la energía del señor gobernador del estado en cuya manos estaba el que se cumpliese la pena de muerte o se conmutase por la de prisión perpetua, pero sólo había interpretado los deseos de la ciudadanía, sin dejar de reconocer que aunque estaba cumpliendo con la ley, la determinación debe haber sido muy difícil.

Recordemos que todavía en las fechas en que Ruiz Corrales cometió su crimen, los reos eran trasladados de la penitenciaría general del estado a los juzgados que se localizaban en avenida Obregón frente a donde hoy está el edificio ISSSTESON, para las diligencias judiciales, y cuando sucedía esto en el caso del mencionado reo, muchas personas se congregaban en el exterior del recinto oficial y pretendían lincharle, teniendo que intervenir varios miembros de la fuerza pública.

No fueron pocas las instituciones de servicio que solicitaron al gobierno que exigiese a los jueces que en el caso de Ruiz Corrales se aplicara todo el rigor de la ley inclusive la pena de muerte.

En la misma forma lo hicieron la sociedad de padres de familia, maestros y amigos de la escuela Instituto Soria, a través de su presidente Don Humberto Tapia Téllez, y por medio de un escrito firmado por el Sr. Jesús Ortiz. En esta última comunicación se reprochaba al primer mandatario del Estado el que continuasen en prisión varios individuos que habían cometido crímenes tremendos, como los que sacrificaron a la Profesora Doña Antonia Escudero en su casa de la calle Serdán, los "Huipas" de Huatabampo, la homicida de la Sra. Francisca Gálvez de González la primera que mató por celos infundados a la señorita Lidia Burruel y otros.

Durante los últimos años de esas fechas muchas niñas sonorenses habían sido víctimas de atentado y por ello la sociedad exigía dureza contra los acusados y parece que los hermosillenses tenían la razón del mundo pues después de los fusilamientos durante un buen tiempo los padres de estuvieron tranquilos porque dejo de haber atentados contra los menores de edad.

Hoy a las 8:00 fueron sepultados en el panteón local, los dos sátiros. La noticia interesó a todo el país y a las agencias de EU. En Hermosillo causó conmoción.

Hoy a las 8:00 a.m., tres horas después de que habían caído bajo las balas del pelotón de ejecución, en la Penitenciaría General del Estado, fueron sepultados en el panteón municipal, en sencilla ceremonia los cadáveres de Francisco Ruiz Corrales y José Rosario Don Juan Zamarripa, de 29 y 45 años de edad respectivamente quienes fueron fusilados cumpliéndose así la sentencia de muerte dictada en 1955 para Ruiz Corrales y 1950 para Zamarripa por los delitos de homicidios y violación cometidos en perjuicio de las niñas María de la Luz Margarita Mendoza Noriega de 6 años y Ernestina Leyva Cajeme de 1 año.

Unos cuantos familiares de Ruiz Corrales, varios agentes de la Policía y el señor J. Guillermo Orozco, agente segundo del Ministerio Público, en representación del Procurador Gral. de Justicia del Estado presenciaron la inhumación de los restos de los dos sátiros que murieron arrepentidos de sus crímenes y después de recibir todos los auxilios espirituales.

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