Chispazos de cuarentena covid-19. los millones de castillos de la pureza en México

CHISPAZOS DE CUARENTENA COVID-19. LOS MILLONES DE CASTILLOS DE LA PUREZA EN MÉXICO

Héctor Rodríguez Espinoza

¿Quién diría que, 48 años después, el encierro familiar e hiper disfuncional hasta la exageración delictiva y criminal en mentes genéticamente desquiciadas, nos haría analizar y criticar las medidas coercitivas en defensa del invisible pero mortal coronavirus Covid.19?

 

I. Hoy domingo muy de madrugada, por segunda vez disfruté pero ya hasta el final, en el canal 8 de TV Unison, la película El castillo de la pureza. Surrealismo puro en y de la ciudad de México.

Por la sórdida situación familiar en que sobreviven los protagonistas, en una “casa” de deprimente patio de vecindad, con su propia “aula escolar y clases” del enajenado padre y hasta prisión privada, con una triste música de fondo, si se ignora la calidad artística del productor, el guionista, actores y premios obtenidos, la primera reacción es cambiar de canal. Pero conectándola con la situación de encierro de millones de mexicanos que estamos “atejonados” en nuestras casas (si tenemos el privilegio de tenerlas), bajo el mandato imperativo ¡Quédate en casa obligatorio Fase 3”, pues te obliga -a pesar de todo- a esperar su desenlace, el deseado Fin.

II. LOS HECHOS. La nota apareció en los diarios el 25 de julio de 1959: “Un loco secuestró a su familia durante 18 años”, cabeceó el diario La Prensa. Todos los de aquellos días coincidieron en su apreciación del suceso. Se trataba del “caso más insólito del año”, que, para salir a la luz pública había necesitado, denuncia de por medio, de las indagaciones de agentes del Servicio Secreto.

Todos mostraron a la familia liberada: una madre joven aún,  prematuramente avejentada; cinco hijos que respondían a nombres extraños, y que, al conocerse, hicieron que algunos periodistas tacharan de loco, sin más averiguación, al padre, que les había impuesto los nombres de Indómita, Libre, Soberano, Triunfador, todos ellos adolescentes. Una pequeña de 10 años respondía por Bienvivir y a una bebé de 45 días de nacida se le llamó Libre Pensamiento.

Al interrogarlos muchachos, las autoridades capitalinas se dieron cuenta de que prácticamente habían vivido en reclusión; no iban a la escuela, y se supo que, a escondidas del padre, la madre enseñaba a sus hijos a leer y a escribir. Nunca los habían llevado a un parque, al zoológico de la Ciudad de México; los Pérez Noé nunca habían escuchado hablar de Supermán o de Batman; mucho menos de Máscara Roja o el Águila Blanca —especie de Zorro en versión ranchera— ni habían tenido en sus manos, para gastar, el peso que costaba alguna de esas historietas.

En la casa de los Pérez Noé, número 1176 de la avenida Insurgentes Norte, no había radio ni televisión. Cuando el Servicio Secreto la cateó, se encontró con que ni siquiera había recámaras para todos, que dormían en un sótano.

El inmueble descuidado y operaba una pequeña fábrica de insecticidas y raticidas con cuya venta la familia se sostenía. Cada quince días, el padre salía a la calle a vender sus productos y a comprar provisiones.

El padre, no bien tenían edad para obedecer instrucciones precisas, los incorporaba a la línea de producción. ¿La dieta? Sobrevivían a base de avena, frijoles y pan, según su dicho. ¡Falso! Aseguró el padre: todas las semanas gastaba “hasta ciento cincuenta pesos” en alimentos diversos, donde no escaseaban las frutas y las verduras. Las declaraciones contradictorias hicieron las delicias de la prensa capitalina.

El enigmático Rafael Pérez Hernández. La polémica se centró en la personalidad del padre, presunto responsable del secuestro. La solución más sencilla fue calificarlo de enfermo mental, suposición periodística reforzada en la sensibilidad popular a medida que se hicieron públicas las declaraciones de los hijos.

Siendo muy joven, Rafael Pérez había sufrido un accidente que le inutilizó un brazo. Se especuló que aquella experiencia había perturbado su personalidad. Ante los medios aseguró ser “librepensador”, razón por la cual sus hijos ni estaban bautizados ni llevaban nombres del santoral católico.

Pérez Hernández negó todas las acusaciones. Se trataba, afirmó, de un complot entre su esposa Sonia y sus hijos, que querían perjudicarlo. Al reportero de El Nacional le aseguró que se trataba de quitarle el dinero que había reunido en años de trabajo.

Todo era mentira, dijo. Nadie los golpeaba, nadie los hacía pasar hambre. Era falso que en las noches de luna sacara a la familia al patio para mostrarle a su luminosa “amiga” nocturna. Tampoco que sufriera accesos de ira durante los cuales blandía una pistola y amenazara con matarlos a todos. Pero ni su esposa ni los hijos flaquearon a la hora de señalarlo como responsable de maltrato y secuestro.

El fenómeno mediático. Los periódicos le dedicaron su creatividad a Rafael Pérez Hernández: “inhumano sujeto”, “loco secuestrador”, y conforme se conoció su manera de ganarse la vida, algunos lo bautizaron como “el químico secuestrador” o “el químico loco”.  Su declaración ante el AMP se volvió una verbena: decenas de curiosos se peleaban un lugar con los reporteros y hasta con los representantes de la radio y de la jovencísima tv mexicana, que presenciaron ese momento y, días después, el tensísimo careo: “No mientas, Librecito. Me estás perjudicando con eso que dices y sabes que es falso”, le dijo Pérez Hernández. Pero el muchachito de 15 años se mantuvo.

La atención de la prensa se mantuvo hasta que a Rafael Pérez Hernández se le dictó auto de formal prisión y se le trasladó a la Penitenciaría, donde se suicidó años después. De su familia sólo se supo que pasó estrecheces, pues no sabía hacer nada para ganarse el sustento.

En 1964, el periodista y escritor Luis Spota publicó su novela La carcajada del gato, basada en la historia. (Crónica, DF., 2016-08-07).

III. Con 5 premios Ariel, incluyendo mejor película, el film mexicano de género drama, tiene una duración de 105 min., de 1972, pleno régimen de Luis Echeverría. Dirección de Arturo Ripstein, guión de José Emilio Pacheco y Arturo Ripstein, música de Alex Phillips. Fotografía de Joaquín Gutiérrez Heras. El reparto: Claudio Brook, Rita Macedo, Arturo Beristáin, Diana Bracho, Gladys Bermejo, David Silva, María Barber, María Rojo, Inés Murillo Género: Tráiler: Link Elección de Rafael Mejía.

IV: ¿De qué trata? Gabriel ha mantenido encerrados en su casa a su mujer y a sus hijos durante dieciocho años. El único que puede salir al exterior es él, mientras la familia fabrica un raticida en polvo que Gabriel vende en las tiendas de la ciudad. La particular cárcel que ha construido Gabriel durante tanto tiempo se vendrá abajo cuando sus hijos entren en la adolescencia.

El castillo de la pureza es una película crítica y alegórica. Arturo Ripstein plantea los peligros que supone coartar la libertad del ser humano, dando a entender que los instintos que habitan en nosotros son imposibles de reprimir. En el film, un padre actúa como dictador cruel, y la narración se encarga de desmontar su inoperancia. La constante lluvia que cae en el patio de la casa, los venenos que elabora la familia en un improvisado laboratorio o el rechazo a todos los símbolos relacionados con la sexualidad, acaban configurando una atmósfera asfixiante que mantiene al espectador en vilo.

CRÍTICO 1: Hablar en México de Arturo Ripstein es hablar de uno de los realizadores más prolíficos del medio, y a su vez de uno de los menos recordados por la audiencia de hoy en día. Su carrera incluye grandes títulos de la cinematografía mexicana que lo han hecho triunfar dentro y fuera del territorio nacional. El castillo de la pureza, Ariel de Oro a la mejor película, es uno de sus tres filmes más representativos, basado en hechos reales ocurridos en el país en la década de 1950.

Un hombre mantiene a su familia encerrada en casa durante 18 años, convencido de la maldad imperante en el mundo exterior. La desavenencia de esta situación de encierro va provocando problemas en el círculo familiar a medida que los hijos se vuelven mayores y entran en la edad de la rebeldía. Destaca el sobresaliente trabajo del actor Claudio Brook y un relato que reafirma la solidez de una historia turbia y angustiante. La película toca temas bastante escabrosos como la doble moral o el malsano fanatismo y los límites de la locura disfrazados de “pureza”. Como dato curioso habrá que recordar que el filme se le ofreció a Buñuel pero, cuando éste declinó la oferta de llevarlo al celuloide, Arturo Ripstein y José Emilio Pacheco realizaron una gran labor de investigación para aprovechar la premisa de la historia en uno de los mejores guiones de nuestra historia nacional.

CRÍTICO 2: En paralelo, Ripstein fuerza tanto "el concepto" que, como su tirano protagonista, no deja que los personajes respiren y, en parte, corta las alas a la película, por lo que ésta nunca llega a ser el relato subversivo y trágico que por momentos promete. Por ello uno intuye, en el ritmo aletargado de El castillo de la pureza, una gran carga ideológica, pero también cierta altivez que, como espectador, nos distancia de todo lo que estoy viendo. Estamos, vaya, ante una cinta tan fácil de alabar como de desmontar. Guste más o menos, de El castillo de la pureza queda la sensación de haber asistido a una especie de Canino mexicano, la otra cara de un cine latino, pasional y de tendencia discursiva.

CRÍTICO 3: Cuando nos admiramos con la excelente gama de experimentaciones psicológicas que el cine contemporáneo nos trae, hay que hacer un poco de historiografía y remitirnos a los referentes que han edificado las bases para el desarrollo de tan interesantes ejercicios. Parece que las parcelas de expresión de directores como Yorgos Lanthimos se antojan completamente novedosas, pero lo que realmente es novedoso y admirable de sus propuestas es la capacidad de traslación de referentes pasados a la esfera actual. Arturo Ripstein, uno de los grandes maestros de la producción mexicana, hábil en las definiciones de personajes desde perspectivas varias, plantea aquí el juego de la no socialización como síntesis sobre las derivas culturales de nuestros días.

El encierro de esta familia es una mirada inversa al mundo que nos rodea y cómo éste plantea muchas de las dinámicas que parecen proceder a veces de entes casi divinos. De forma inconsciente atendemos a la milimétrica postura de que nada es casual. La propuesta planteada navega en la astucia de retratar con verdad a sus personajes, sin olvidar el cometido ajustado, y para ello, vertebra sus opciones y las divide entre el rico juego de los diálogos y silencios y la notable dirección de Ripstein, sin olvidarnos de un reparto que insufla absoluta verdad a un relato que, por su propia condición, puede resultar artificioso. Una muestra más de cómo el cine puede cambiar o plantear cambios sobre la dialéctica social que nos rodea.

CRÍTICO 4: Canino me parece una jodida obra maestra. Cuando la sacaron leí algunas críticas negativas que decían que se había copieteado de una película mexicana de los años setenta. Seguramente en su día leería el título y la buscaría y todo, pero no me he coscado de que se trataba de El castillo de la pureza hasta que me la he puesto. Será copia o pura casualidad, el caso es que Yorgos Lanthimos sí que sabe sacar todo el jugo a este argumento que en manos de Ripstein queda algo endeblillo.

Un padre de familia mantiene encerrados a su mujer y a sus hijos, que nunca han visto el exterior, en el patio del Chavo del 8. La mujer sometidísima se limita a estar guapa y a cocer patatas y alcachofas para cuando llegue el marido, figura de autoridad que se encarga de velar por el correcto funcionamiento de este microcosmos dedicado a fabricar raticidas. Y todo para preservar una supuesta pureza alejada de los vicios del hombre mundano. Sí, hay chicha, bastante, pero a la película le falta rotundidad; de hecho, cuanto más seria y crítica se pone la cosa, más ridícula se torna, con esos chillidos y sollozos de telenovela que compiten en verosimilitud con el “maldita lisiada” de María la del barrio. Para ejemplo, la escena final, que hace aguas por todos lados. Y aquí a las lámparas las llaman lámparas y no coños. Pierde toda la gracia. Aunque reconozco que me encanta que no coman carne, pero que experimenten con ratas grandes como caballos, y que hayan tenido peor gusto a la hora de decidir los nombres de los hijos (Utopía, Porvenir y Voluntad, toma ya) que mi hermana la preñada, que quiere llamar al bicho, si es niña, Cher. Si es así, Claudio, hazme el favor, enciérrame a mí también.

IV. FINAL ¿Quién diría que, 48 años después, el encierro familiar e hiper disfuncional hasta la exageración delictiva y criminal en mentes genéticamente desquiciadas, nos haría analizar y criticar las medidas coercitivas en defensa del invisible pero mórbido y mortal coronavirus Covid-19?

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