Trascendencia e inmanencia



Con el ánimo de precisar mejor el concepto de “trascendencia”, y la idea generalizada que de ella se tiene, acudí a la infalible Wikipedia, y esto es lo que encontré al respecto:

 

“El sentido inmediato y general de trascendencia se refiere a una metáfora espacial. Trascender (de trans, más allá, y cando, escalar) significa pasar de un ámbito a otro, atravesando el límite que los separa. Desde un punto de vista filosófico, el concepto de trascendencia incluye además la idea de superación o superioridad. En la tradición filosófica occidental, la trascendencia supone un «más allá» del punto de referencia. Trascender significa la acción de «sobresalir», de pasar de «dentro» a «fuera» de un determinado ámbito, superando su limitación o clausura, en palabras más generales significa pasar de un lugar o límites que se le impone a la persona.

Agustín de Hipona pudo decir, refiriéndose a los platónicos: «trascendieron todos los cuerpos buscando a Dios». Trascendencia se opone, entonces, a inmanencia. Lo trascendente es aquello que se encuentra «por encima» de lo puramente inmanente. Y la inmanencia es, precisamente, la propiedad por la que una determinada realidad permanece como cerrada en sí misma, agotando en ella todo su ser y su actuar. La trascendencia supone, por tanto, la inmanencia como uno de sus momentos, al cual se añade la superación que el trascender representa.

Lo inmanente se entiende entonces como el mundo, lo que vivimos en la experiencia, siendo lo trascendente una cuestión sobre si hay algo más,fuera del mundo que conocemos. Es decir afrontar de alguna manera lo que es el universo.

Las respuestas a esta cuestión tienen un origen cultural en lo filosófico-religioso.

La filosofía tradicional orienta la cuestión de la trascendencia hacia una demostración o prueba de la inmortalidad del alma y de la existencia de Dios. Para ello se recurre a la analogía del Ser.

Hoy día la cuestión no incide tanto en demostrar dicha existencia, cuanto en el hecho de que el hombre en todo lo que es la problemática de su existencia de un modo inevitable siempre está abierto a esa misteriosa dimensión de lo trascendente”.

Hasta aquí el resultado de mi investigación, realizada al influjo de la búsqueda de una base más sólida (o menos volátil) sobre la cual desarrollar el tema de la trascendencia, que me parece de particular importancia en cualquier momento, pero mucho más en las circunstancias actuales, que están poniendo a prueba nuestros conceptos de vida, nuestros valores y formas de entender sentido profundo de nuestras existencias, como individuos y como colectividades.

Antes de seguir adelante, considero conveniente decirles a ustedes que mi esposa y yo llevamos ya cerca de dos años escuchando diariamente los Evangelios, los siete días de la semana, sin perder ninguno. Nos ha resultado una práctica sumamente reconfortante, y más aún en estos tiempos de contingencia y restricciones de todo tipo. Lo escuchamos en el sitio www.algodelevangelio.org y lo predica el Padre Rodrigo, un religioso argentino que tiene un estilo especial para predicar, que a nosotros nos resulta muy agradable. Si alguno de ustedes tiene interés, se lo recomendamos ampliamente.

Reflexionando sobre el contenido del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 20-24, correspondiente al martes pasado, y que tiene mucho que ver con la trascendencia, me vienen a la mente las ideas predicadas al respecto por el P. Rodrigo: El SEMBRADOR, o sea “Aquel que todo lo siembra”, “El que siembra todas las semillas que dan fruto” en nuestros corazones, en el tuyo, en el mío y en el de todos, en este mundo lleno de nada y harto de todo,  todo ser humano quiere dejar algo, en forma natural, o tal vez por un instinto que viene impreso en la propia naturaleza del “yo” íntimo de cada uno de nosotros.

El amor nunca es en vano, no solo para el que cree, sino para todos sin excepción. Por eso nunca debemos de perder el deseo de sembrar y de crecer al mismo tiempo. Cuando se nos escapan estas ganas, cuando dejamos ir la voluntad que nos anima, estamos perdiendo algo sumamente importante, porque no solo se nos está muriendo una parte importante del cuerpo, sino también del corazón.

Un político, de esos que abundan en todas partes, decía que su anhelo más grande era que sus hijos pudieran ver una calle que llevara su nombre, como reconocimiento de lo que había hecho por el municipio que había gobernado. En el fondo, esta forma de pensar es como paradar risa, pero al mismo tiempo da miedo tan solo de pensar en la cantidad de políticos vanos y superficiales que piensan de esa manera, y que en ello depositan el sentido de su trascendencia: en que exista una placa con su nombre, colocada sobre los postes en las esquinas de una calle o un callejón cualquiera, en alguna parte.

Resulta muy triste que la cosecha de la siembra realizada durante toda una vida se reduzca a algo tan intrascendente, tan superficial, porque a ver, díganmelo ustedes: ¿qué es lo que conocen de los personajes cuyos nombres llevan muchas de las calles de la ciudad donde viven? ¿Recuerdan acaso las cosas que realizaron esas personas, y los hechos que les hicieron merecedores del privilegio de que una calle lleve su nombre?

Con frecuencia los hombres desean eso en sus vidas, pero es algo sumamente pobre. En el fondo, el que tiene eso como meta de su vida tiene un corazón muy pequeño. Por fortuna, eso no sucede con todos los hombres, sino con una clase muy especial. Para los verdaderos creyentes, para los que aún tienen una vida espiritual que los inspira y sostiene, el concepto de trascendencia es algo totalmente diferente. Creer que fuimos creados para cosas mucho más importantes que el dejar cosas materiales, o nuestros nombres grabados por ahí y por allá, sino para producir frutos de amor, perdurables y generosos. Que nuestros nombres y lo que hemos sido queden grabados en miles de corazones agradecidos, de donde nunca se borrarán, o de donde nunca nadie podrá quitarlos, sin importar lo que pase, ni el tiempo que pase.

Hay personas que con el fin de que sus nombres no se olviden, luchan durante toda su vida para que queden impresos o grabados en un cartel, en alguna placa, en algún lugar. Incluso ha habido muchos que se mandaron construir mausoleos impresionantes en los cementerios, para dejar testimonio de su grandeza e importancia. Mausoleos de mármol o granito blanqueados por el sol y desgastados por el viento y el paso inclemente de los años, en los que reinan las hierbas y los abrojos, monumentos a la vanidad que con el tiempo nadie ha vuelto a visitar, y en los que ni los pájaros más humildes desean construir sus nidos.

Pero aquellos que aman en serio, sin regateos y con total generosidad, y que incluso son capaces de dar sus vidas por los demás, esos son los que permanecen, los que nunca se van y se quedan para siempre. Esos son los hombres y mujeres cuyos nombres y acciones jamás serán olvidados, sin necesidad de carteles ni de monumentos.

El meollo está en buscar y encontrar el sentido de profundo y real de la trascendencia. La capacidad de amar y de sacrificarse en beneficio de los demás. Convertirse en tierra fértil donde las buenas semillas produzcan frutos verdaderos, abundantes y permanentes. Obviamente no todos los seres humanos son tierra fértil, y no todos tenemos la misma capacidad para permanecer y para trascender. Unos no la tienen en absoluto, otros la tienen en pequeña medida y otros la tienen en abundancia. El secreto está en sembrar, más allá del fruto que podamos obtener. El mundo sería un lugar muy diferente al que es, si todos sembráramos de acuerdo a la capacidad que se nos haya dado.

¿Qué debe hacer alguien que, como yo, tiene tantos años escribiendo y poniendo en blanco y negro sus ideas y pensamientos? ¿Cómo debe actuar, especialmente en momentos como los que estamos viviendo, tan cargados de pesadumbre, de tristeza, de incertidumbre, de confusión y de pérdidas dolorosas? ¿Hacer como que no pasa nada, o como que todo esto que estamos viviendo fuera algo pasajero y trivial, o como si lo que está sucediendo no fuera trascendente, y que no impacta y marca profundamente nuestras existencias?

A propósito de los Evangelios y de las enseñanzas que contienen, la cuestión estriba en no quedarnos en el escuchar meramente, y después cortar la comunicación, como si se tratara de una llamada inoportuna o intrascendente, de esas que frecuentemente nos llegan vía los teléfonos celulares. Los Evangelios no se refieren a otros, a los otros, a los demás. Se refieren de manera especial a nosotros y a nuestras circunstancias particulares. Tienen que ver con nuestra vida personal, con lo que hacemos y con lo que dejamos de hacer. No son palabra impersonal, sin dedicatoria ni aplicación práctica en nuestras vidas, y lo que hacemos cada día, todos los días.

El Señor Jesús nos habla a cada uno de nosotros en concreto, en lo individual, en cada Evangelio. Nos envía un mensaje personal que cada quien deberá acomodar en el proceso personal que está viviendo. Jesús nos enmienda la plana muchas veces, y muchas veces a nosotros no nos agrada el regaño, la corrección. No comprendemos, o simplemente no queremos comprender. Preguntamos sin cesar ¿por qué, Señor? cuando la verdadera pregunta es ¿para qué, Señor? Y sin embargo a todos se nos ha concedido la sabiduría suficiente para dilucidar, para descubrir SU voluntad, y el sentido profundo de SU palabra.

En esencia los Evangelios, y la forma como los apliquemos en el día a día, tienen todo que ver con nuestra trascendencia como seres humanos. Con nuestra significancia como personas integradas en forma adecuada a nuestras comunidades, seres humanos que actúan y participan apegados a las enseñanzas que Jesucristo nos dejó, pensando siempre en beneficio de los demás, y no solo de nosotros mismos y de los que nos rodean en el entorno familiar más próximo o cercano.

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