Tiempos hubo…


He decidido dejar de mortificarme por lo que pasa en el ancho mundo,para concentrarme en lo que está pasando en México, y muy especialmente aquí en Sonora y en Hermosillo, que en orden inverso,son los lugares donde se desenvuelve mi vida. Decidí que no tiene caso esclavizarme a la globalidad, tratando de entender y de encontrarle sentido al desbarajuste mundial, que se ha convertido en una ecuación tridimensional de imposible resolución, inclusive para los grandesgenios de las matemáticas. Decidí también que, teniendo tantas limitaciones como tengo, y llevando a cuestas los años que me machuco, a lo más que podía aspirar es a buscar explicación de las cosas que nos están pasando a los mexicanos en México, a los sonorenses en Sonora y a los hermosillenses en Hermosillo.

¿Y saben ustedes una cosa? Hasta este momento he fracasado miserable y rotundamente, porque cada día entiendo menos y las explicaciones se me alejan más y más. Como manager de la página “Casa de las Ideas”,que ha cumplido 10 años de edad, y que rauda y veloz va para los once,es mi obligación mantenerme al tanto de los sucesos para reflejarlos posteriormente en los comentarios que se hacen en este portal electrónico. Es también mi obligación leer lo que otros escritores publican para compartirlos, coincidiendo –o en su caso discrepando– con sus ideas, puntos de vista y percepciones. En este último campo he descubierto que debo ser particularmente cuidadoso y discriminativo, porque entre la gran riqueza de pensamiento que existe, hay también mucha basura, y que por desgracia es más abundante esta que la otra.

Y así, leyendo y leyendo, lo bueno, lo malo y lo horrendo, he ido cayendo en cuenta de que, prácticamente sin excepción, los escritores mexicanos somos muy buenos para la crítica y la denuncia, pero somos una total nulidad para la propuesta. Nuestros escritos rezuman cicuta y vitriolo, exigen justicia, rendimiento de cuentas, orden, acciones concretas y directas, y algunos hasta piden el linchamiento de los políticos, desde los ex presidentes Carlos Salinas, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña, hasta llegar a Andrés López, el que está en turno, e incluso hasta los más modestos regidores del municipio más remoto e insignificante.

Multitud de voces y escritos rezongones, llenos de lamentaciones y vituperios, que diariamente despotrican y agitan aún más las aguas embravecidas por las que navega la frágil barquichuela mexicana. De eso hay mucho, de eso hay hasta para tirar para arriba, pero de lo otro, del trascendental paso de la protesta a la propuesta no hay absolutamente nada, o prácticamente nada. Y así nomás no se puede. Ningún tema escapa, ningún personaje se escurre, mientras más encumbrado y famoso, mejor. Nadie se libra. Nadie está a salvo. Devorar-nos parece ser la consigna.

En las jaulas de oro de los zoológicos de la comunicación rondan como animales salvajes Denise Dresser, Carmen Aristegui, López Dóriga, Pepe Cárdenas, Loret de Mola, Ciro Gómez, Brozo, y el resto de la numerosa y despiadada jauría. Como es natural y entendible, en el ombligo del país (o sea la inefable Ciudad de México, el antiguo D.F.) se concentra la “crème de la crème”, la flor y la nata del mundillo de la comunicación nacional. En el resto de la provincia los especímenes somos de menor peso y prosapia. Allá nadan los tiburones blancos, acá chapaleamos los bagres, las sardinas y los botetes. Pero todos sin excepción vociferamos nuestras críticas y denuncias vanamente, porque nada cambia y todo sigue igual… perdón, nada de igual, todo sigue empeorando, y el fatal desbarrancamiento del país parece serirremediable.

Denuncia no equivale a propuesta de solución, y por más lúcidos, valientes e inteligentes que nos parezcan los escritos de la señoras Dresser y Aristegui, de Gómez Leyva, de Riva Palacio, de Silva Herzog, Reyes Heroles, Liébano Sáenz y demás paladines del periodismo nacional, en ninguno de sus escritos encontramos el menor vestigio de una propuesta que sea viable, y que ofrezca alguna salida al oscuro túnel por el que vamos. Repito: Devorar parece ser la consigna… y todos la siguen en alegre desenfreno, danzando al compás de la melodía que interpreta un embozado y siniestro Flautista de Hamelin. Que viva mil veces y por siempre la libertad de expresión, ese maltrecho autobús en el que todos cabemos, y nadie paga pasaje.

El problema fundamental es que, a pesar de la profusión de escritores y comunicadores de mayor o menos prestigio (y precio) la sociedad mexicana se ha quedado huérfana de expresiones. Las muchas que se nos ofrecen, por adolecer de autenticidad, pierden automáticamente su credibilidad, desmerecen y se desmoronan, convirtiéndose en material de desperdicio que va a dar irremediablemente a los botes de basura, y de ahí a los confinamientos de sustancias periodísticas tóxicas.

Tiempos hubo en que de la mente de los ideólogos surgían las líneas de pensamiento que provocaban la reflexión y el análisis profundo y constructivo, las directrices virtuosas, e inclusive generaban unapolémica sana y de altura. Tiempos hubo en que de la iniciativa privada surgían las figuras que servían de guía y ejercían una capacidad de liderazgo auténtico, que casi siempre era sencillo, sin estridencias y que no necesitaban de encaramarse a una tribuna para gritar a los cuatro vientos sus propuestas. Tiempos hubo en que inclusive los políticos merecían ser escuchados, tiempos en que sus voces merecían respeto, y sus acciones eran aceptables y aceptadas.

Tiempos hubo en que los maestros desde las aulas cumplían con la tarea sublime de entregar a la patria jóvenes completos, limpios, libres y con capacidad de discernimiento, preparados para hacer frente a los retos del momento y del futuro. Tiempos hubo en que los sacerdotes y los ministros, con su ejemplo personal y su prédica impecable, sembraban la sustancia y la esencia que las comunidades requerían para mantener lasalud moral. Tiempos en que su trabajo, casi siempre silencioso y humilde, rendía abundantes frutos de los que se alimentaban hombres, mujeres, niños y ancianos.

Tiempos hubo en los padres de familia cumplían con su papel en forma íntegra, sin buscar pretextos ni disculpas para justificar el abandono de sus responsabilidades. Tiempos en que la vida era más sencilla y sana, tiempos en que los hombres eran hermanos y no lobos del prójimo. Tiempos en que los hombres y las mujeres tenían el control de su existencia, y decidían libremente cómo vivirla, y determinaban quéaceptar y qué rechazar. Tiempos en que los seres humanos ejercían su libre y soberana voluntad a la hora de tomar decisiones dentro de la vida familiar y dentro de cualquier otra actividad, y no aceptaban ni permitían que otros –partidos, cofradías, grupos, personas o medios de comunicación- les impusieran modas, formas, criterios y conductas inaceptables por lo nocivas.

Hoy tenemos una amplia variedad de distracciones y entretenimientos que nos sustraen de lo esencial y nos conducen en tumulto hacia las complicaciones que están acabando con nosotros. Hoy disponemos de muchos periódicos, revistas, blogs, portales y páginas web, e infinidad de programas de televisión donde se realizan mesas de discusión y análisis acerca de la problemática nacional y mundial. Se habla, se escribe, se discute y pondera, y en la barahúnda generada encontramos de todo, menos un atisbo de solución. Hoy se habla mucho y de todo, pero nadie –o casi nadie- dice nada que valga la pena. Y como “chaser”, están las benditas redes sociales, como alguien las calificara en un arranque de ingenio, bastante chafa por cierto.

No existen los liderazgos, ni en el mundo del pensamiento ni en el mundo religioso, y mucho menos en el mundo de la política. Nos hemos quedado varados en los arenales estériles del odio y la diatriba. El maderamen de nuestras naves se va pudriendo poco a poco, y las velas se han roto como siguiendo los presagios de la Barca de Guaymas. En medio de infernal ruido que enloquece es preferible el silencio, porque cuando lo que se dice no tiene sentido ni más propósito que aturdir, vale más callar y que reine el silencio. Todo hace pensar que se está secando el alma humana.

No falta quien pida a gritos que seamos optimistas, que veamos las cosas a través de un irreal cristal color de rosa, que  nos alejemos del negativismo y del pesimismo. En suma: Se nos demanda, de nos exige que dejemos de ver la realidad, quizá pensando en aquello de “ojos que no ven (y cerebro que no piensa) corazón que no siente”. Pues lo siento mucho por quienes viven bajo esas premisas: No es cerrando los ojos a la realidad y volteando hacia arriba como si nos hablara la Virgen de Guadalupe, como podremos descifrar el acertijo, y eventualmente llegar a una solución que tenga sentido y nos ayude a resolver el problema.

Ignorar o fingir ignorancia no resuelve ni exime. Ni exonera ni disculpa ni soluciona. Ni mucho menos otorga paz o tranquilidad. Cuando la realidad nos abofetea todos los días, a cada instante, en cada rincón y esquina, en todas las formas habidas y por haber, hay que enfrentar la realidad, hay plantarle cara y, apretando los dientes, entablar el combate, aún con todos los factores en contra nuestra. El que no pelea se entrega, y al que se entrega se le muere el alma, que es mil veces peor que perder la vida.

Se nos está yendo el tiempo y la vida se nos termina, y usted me dirá si siente que avanzamos, siquiera un milímetro, en el terreno que usted quiera. Veo los sondeos de opinión acerca de cómo perciben los encuestados el próximo año electoral y, en general, el panorama a corto plazo. Aún no siendo mayoría absoluta, hay bastantes que sostienen que volverá a haber cambios importantes, y que serán para mejorar, que nos esperan cosas buenas. Líbreme Dios de entrar en discusiones con esos optimistas afortunados. Sus motivos tendrán para haber llegado a esas conclusiones. Los felicito y envidio sinceramente.

Yo pertenezco a la mayoría, me ubico en las filas de los que nos encontramos a la mitad de la empinada cuesta y empezamos a perder las fuerzas, aunque no la voluntad de lucha. Pertenezco a la multitud de hombres y mujeres que han sido abandonados por el gobierno de nuestro país, en una edad en que el abandono se convierte en el peor de los destinos. Nosotros sumamos millones, y somos testigos y somos prueba viviente del nivel de gravedad al que están llegando las cosas en este país que se debate entre la pobreza, la ignorancia, la violencia, la corrupción, el desorden, la estupidez, la ineptitud y la indiferencia política, quizá el más perruno y canijo de todos los factores adversos.

Nosotros somos también legión, mas no del tipo de legión de la que hablan las Escrituras, y que surge de las profundidades infernales, sinola que es producto de un sistema político fallido, pútrido y decadente, que está a punto de acabar con nuestra patria, con nuestra desfalleciente economía, con el orden, la paz y la tranquilidad social, con el porvenir de 125 millones de mexicanos y, en fin, con todo aquello que alguna vez tuvimos y que insensatamente permitimos que se nos arrebatara.

Tiempos hubo… y mucho me temo que no volverán jamás.  

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