Los cañonazos de $50,000

¿DIJO, EN REALIDAD, EL GRAL. ÁLVARO OBREGÓN, “NO HAY GENERAL MEXICANO QUE AGUANTE UN CAÑONAZO DE 50,000 PESOS"?  

Héctor Rodríguez Espinoza

I.- Palabras y circunstancias. En la vasta literatura mundial sobre la corrupción, en todos los órdenes de gobierno, es un ritornelo la frase que encabeza este artículo. De anécdota detonante de una depravada realidad mundial, se dice que fue dicha -y labrada sobre mármol- en la sangrienta etapa armada de nuestra revolución 1910-1917. ¿Por quién?  

II.- Álvaro Obregón Salido. (Navojoa, Sonora; 19 de febrero de 1880-Ciudad de México; 17 de julio de 1928), militar y político que participó en la Revolución Mexicana y fue presidente de México entre el 1 de diciembre de 1920 y el 30 de noviembre de 1924.

Quedó huérfano y se convirtió en agricultor. Contrajo matrimonio en 1903 con María del Refugio Urrea, de quien tuvo dos hijos, Humberto y María del Refugio. Sin embargo, su esposa falleció en 1907, mientras alumbraba gemelos que murieron en el parto (su tercero). Para fines de 1909, la efervescencia política lo llevó a enrolarse en las fuerzas de Francisco I. Madero que combatían al general Porfirio Díaz, Presidente desde 1877. Tras la caída de Díaz y el aparente triunfo revolucionario, Obregón se retiró a la vida privada, regresó en 1913 para apoyar a Venustiano Carranza, gobernador de Coahuila en su lucha contra Victoriano Huerta, que derrocó a Madero.

Fue jefe de la división del Ejército Constitucionalista y derrotó a los federales en muchas batallas. Al producirse la ruptura entre el grupo de Emiliano Zapata y Francisco Villa con Carranza, a raíz de la Convención de Aguascalientes, se mantuvo leal a Carranza, persiguió a Villa en el norte y lo derrotó en la Batalla de Celaya, donde una bomba le arrancó el brazo derecho, dejándole manco.

Logrado su triunfo, escoltó a Carranza a Querétaro donde se redactó la Constitución de 1917.

Fue nombrado Ministro de Guerra y Marina, pero renunció el 30 de abril de ese mismo año. Se retiró a su hacienda a practicar la agricultura y a preparar su campaña presidencial. Encabezó en 1920 la Rebelión de Agua Prieta contra Carranza, que pretendía imponer a Ignacio Bonillas como su sucesor. Triunfó, y tras el interinato de Adolfo de la Huerta fue elegido presidente. Logró el reconocimiento de Estados Unidos en 1923 por el Tratado de Bucareli.

A fin de su gobierno se desató la Rebelión delahuertista porque pretendía imponer a Plutarco Elías Calles como su sucesor. En 1928, en plena Guerra Cristera, se presentó de nuevo como candidato a la presidencia tras una reforma constitucional realizada el año anterior. Fue elegido nuevamente, pero en medio de gran crisis política e incertidumbre. Fue asesinado por el cristero José de León Toral, el 17 de julio, en el restaurante "La Bombilla", de la Ciudad de México.  (https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%81lvaro_Obreg%C3%B3n)

III.- Jesús Silva Herzog. (San Luis Potosí, SLP, 14 noviembre 1892-Cd. México, 13 marzo 1985), economista, periodista y escritor, destacado en historia y ensayo, presidió el comité del tema petrolero que condujo a su nacionalización, en marzo de 1938, gobierno de Lázaro Cárdenas del Río. Uno de los principales teóricos del desarrollo económico, basado en la sustitución de importaciones, y prestigiado catedrático e investigador de la Escuela Nacional de Economía de la UNAM hasta sus últimos años, a pesar de la pérdida de visión progresiva y ceguera, aun en activo. Premio Nacional de Ciencias y Artes (1962), Medalla Belisario Domínguez del Senado (1983).

Cómo disfruté, en la escuela preparatoria, su «Breve historia de la Revolución Mexicana», FCM, 1963.

En Una vida en la vida de México y Mis últimas andanzas, 1947-1972 (México: Siglo XXI Editores. ISBN 968-23-1884-X), le atribuye la frase publicada cuando la rebelión Delahuertista: "No hay general mexicano que aguante un cañonazo de 50,000 pesos".

IV.- Alfonso Taracena Quevedo. (Cunduacán, Tabasco, 1 de enero de 1896 - México D. F., 25 de diciembre de 1995) fue un historiador y periodista mexicano, escritor de La verdadera historia de la Revolución mexicana, 19 tomos. Es uno de los principales autores mexicanos acerca de la Revolución maderista.

Hijo de Rosendo Taracena Padrón, profesor y hombre ilustre de Cunduacán y Carmen Quevedo, realizó sus primeros estudios en su ciudad natal, en la escuela "Melchor Ocampo", dirigida por su padre, quien editaba el periódico El Recreo Escolar, donde publicó sus primeras notas. Su primer libro fue La peregrinación azteca, a sus 11 años, tiraje de 10 ejemplares.

En Villahermosa, Tabasco cursó la preparatoria en el Instituto Juárez, tuvo de maestro de literatura a Lorenzo Calzada y de historia a Justo Cecilia, lo impulsaron a escribir en diversos periódicos de Tabasco como Tabasco Gráfico y La Voz del Estudiante Se instaló muy joven en la Ciudad de México, para estudiar Derecho, lo abandona después por la situación económica del país, pues se encontraba en plena Revolución. Trabajó como redactor en El Universal, el mismo día que comenzó a ser voceado en la capital; posteriormente fue editor y colaborador de Excélsior, El Universal y Novedades. (https://es.wikipedia.org/wiki/Alfonso_Taracena)

En el Diario El Universal, Primera Sección de 7 de mayo de 1995, a siete meses de su fallecimiento, Alfonso Taracena publicó:

LOS CAÑONAZOS DE 50 MIL. “Hace unas semanas, Agustín barrios Gómez evocó en sus leídos comentarios la versión errónea de los cañonazos de $50,000 que el general Alvaro Obregón decía el Ejército no resistía.

La escribió con todo el veneno y la perfidia que lo caracterizaba en el editorial de un diario reaccionario el licenciado Luis Elguero. Mas no fue a Roma por la respuesta de don Álvaro que tal vez no conoció Barrios Gómez, pues no la menciona. “Protestó con toda energía -declaró el divisionario sonorense- contra la dolosa imputación que ese diario pretende hacerme, buscando o tratando malévolamente de predisponerme con el Ejército Nacional… Puede seguir ese diario estimulando asonadas, injuriando al Ejército e injuriando a la Revolución, pero no tiene derecho de poner en labios de otras personas las injurias que por falta de valor civil se atreve a lanzar franca y categóricamente… “

Pronto el Gobierno del general Calles ordenó la expulsión del país del licenciado Luis Elguero, que se llevó entre las espuelas a don Victoriano Salado Álvarez y a Jesús Guisa y Acevedo, también colaboradores del rotativo en cuestión, que sistemáticamente trataban de enlodar al régimen emboscadamente.

Se la vieron negras en Estados Unidos. Elguero, buscando el perdón, creó en el mismo diario una sección que títuló “Aquende el Bravo” en la que informó que los patriotas de Sandino “mataron en combate a 5 hombres de la fuerza naval yanqui e hirieron a otros muchos” y que William R. Hearst culpaba a México de ello. “Ya es demasiado que este salteador, sin ideales y sin doctrina, pretenda imponer su voluntad a gobiernos extranjeros, cuando, seguramente, su tejado es de vidrio y no es él quien debería tirarnos la primera piedra… “

Hice ver al jefe de redacción del rotativo que ya no era Elguero, aquel que aún en sus errores escribía con frescura y amenidad. “Es que no está en su medio“, me respondió. Digo en sus errores como cuando atribuyó a Lloyd George, el Capítulo 21 de Isaías: “Guarda, ¿qué de la noche?”. Por cierto, que no fui el único que hizo la aclaración esa vez.

A principios de 1928 un grupo de periodistas revolucionarios entrevistó al General Calles para pedirle la Repatriación hasta del tabasqueño Félix F. Palavincini, desterrado también por diferente causa, muy ajena a la de Elguero y los demás. Trataron de demostrar que la editorial que valió a Elguero el destierro era casi laudatorio para el régimen y que lo que dijo de los cañonazos lo puso en boca del General Arnulfo R. Gómez, no de Obregón. Sobre todo, hicieron ver que el propio Licenciado Elguero desde el destierro defendía al gobierno Callista. El General Calles solo habló de don Victoriano Salado Álvarez, de quien recordó que casi se le hincó una vez para rogarle le permitiera su repatriación, jurándole no volver escribir de política, lo que no cumplió y por lo cual se resistía a perdonarlo.

Prometía don Victoriano Salado Álvarez no escribir de política, pero se dedicó a denigrar a Madero. Fue cuando lo hice trizas confundiéndolo con hechos y documentos. Había sido yo el primero que examinó el archivo de Madero, enterrado en Chapultepec al estallar el cuartelazo de Ciudadela. Al entrar el general Villa a la ciudad de México, don Alfredo Alvarez, que había sido intendente de Chapultepec y que venía con él, exhumó aquellos documentos que sumaban millares, y me llamó para examinarlos. Encontré documentos desconocidos con los que confundí a los detractores del inmaculado régimen maderista. Don Victoriano alegaba que sus invectivas se les habían dicho siendo él representante de gobierno de Madera en el Brasil, es decir, traicionándolo. Sólo cuando cambió de táctica y afirmó que el presidente Madero había ordenado al general Joaquín Beltrán el fusilamiento de Félix Díaz, le di una cátedra de periodismo moderno yendo a entrevistar al general Beltrán, quien me reveló categórico: “Todo lo que el señor Madero me ordenó estaba dentro de la ley”.

Como se evidenció que Félix Díaz había pasado sobre la ordenanza, el Consejo de Guerra lo sentenció a muerte en Veracruz. Se presentó un amparo y los radicales que rodeaban a Madero -Vasconcelos, don Gustavo, Sánchez Azcona y otros- insistían en que no llegara el amparo a tiempo, pretextando que los zapatistas habían destruido la línea telegráfica y el presidente Mártir respondió: “Antes que cometer un asesinato, prefiero dimitir”. Y Félix Díaz fue traído a la Penitenciaría sano y salvo”.

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