HERMOSILLO, Son. - Ernesto Bueno Corvera ingresó al comedor capitalino donde media docena de analistas de la vieja guardia debatían los temas de moda.
Lo hizo minutos después de mi arribo al lugar donde debía intercambiar algunas opiniones con mi apreciado Alfredo “El chiltepín” Ochoa, activo reportero con un Premio Nacional de Periodismo en su haber.
Un placer saludarlo y compartir la ya ocupada mesa. Bueno Corvera disfruta su retiro tras servir al país por más de 3 décadas como reconocido técnico, luego funcionario experto en relaciones públicas. Permaneció mucho tiempo en Guaymas, donde acumuló amigos y con muchos aún se reúne ocasionalmente.
La mesa era ocupada por este servidor junto a Alfredo, Hipólito Peña, otro ejemplar servidor público en lo estatal; el maestro del periodismo y reconocido analista Francisco Javier Ruiz Quirrín; Fernando “Mi señor” Gastélum, tan apreciado por muchos; me presentaron a Julio Alcaraz, excelente conversador, y luego mi querido Ernesto.
Debo volver, para ampliar el tema grillo que tan bien analiza la mesa anfitriona en conocido comedor capitalino. Le dicen la mesa “del Satélite” (Boliche) y me atendieron muy bien, con un desayuno rápidamente preparado… una delicia. Pero ya era tarde para ellos cuando llegué.
Pero la charla con Bueno Corvera, originario de Culiacán, adoptado por Guaymas, residente en Hermosillo, fue otra delicia, recordando su papel como funcionario de CFE y yo, como reportero cubriendo información para esa paraestatal.
Brotaron nombres: Joaquín Rodríguez Véjar –y saca la foto del reciente cumpleaños del personaje hoy político destacado en el Municipio—, y de otros exfuncionarios que hicieron historia por su labor desde encender máquinas y calderas cuya vigilancia exigía cero distracciones, hasta escalar a direcciones regionales o nacionales, como Guillermo Rizo, Walterio Dávila, Jorge Navarro, Juan Antonio Jasso, Fernando Soto Niebla y el propio Bueno Corvera.
Le pregunté por aquel funcionario que entrevisté varias veces cuando hacía mis pininos en la labor informativa, José Abel Valdez Campoy y descubrí el aprecio que le tuvieron como jefe y persiste después de su muerte. Aún lo visitan en su última morada, en Huatabampo.
No oculté mi entusiasmo por aquellos años y le narré una de mis aventuras como reportero, que involucraba la inauguración de la planta generadora de energía Guaymas II, ubicada en el sector Las Batuecas, camino a Empalme, construida por consorcios japoneses durante una década y mi choque con un escolta del Estado Mayor Presidencial (“guarura”, les decíamos y no era raro su prepotente actuar), que más tarde me abrió la puerta hasta el corazón de la planta.
Vino José López Portillo a inaugurarla en noviembre de 1982, agonizando su sexenio, y cortó el listón de la termoeléctrica a la que impuso el nombre de Carlos Rodríguez Rivero. Uno de sus directores. Lo vi a corta distancia de él, cuando en el libro de visitas distinguidas estampó vigorosamente su firma con un plumón color negro, bajo el mensaje de “profundamente satisfecho”.
Hasta hoy supe, me informó Ernesto, que Rodríguez Rivero, el homenajeado, fue el padre de Joaquín Rodríguez Véjar y su hermano Carlos.
Volveré pronto, insisto, porque es una delicia este tipo de charlas. Se viven de nuevo y se comprenden mejor las experiencias, con la calma y la capacidad de análisis que brindan los años.
Un abrazo a esa mesa tan orientadora y a mi amigo funcionario de CFE en retiro, quien envió saludos a su gente de Guaymas. Son muchos, por eso no los menciono, pero ya se los he ido diciendo y te devuelven ese abrazo enviado, ingeniero Bueno. Te aprecian, de veras. Te lo ganaste.